Ya siempre se emborracha antes de subir al escenario. Sólo así es capaz de soportar la humillación de cada noche, en cualquiera de los cabarets tristes de la ciudad. Pero, no importa cuánto haya bebido, y cada día es más, al muñeco nunca le tiembla la voz al relatar las miserias, los deseos y los miedos más vergonzantes del ventrílocuo. El público, por lo general entretenido en otros menesteres, va ganando interés y acaba riéndose cuando el muñeco revela la disparatada sospecha del ventrílocuo de que él, que tiene el rostro de cartón piedra, esté animado de vida propia. Es la broma final, que desata carcajadas ebrias y aplausos destemplados. El ventrílocuo mira el extremo de su brazo y duda, porque sabe que no es piedad lo que muestra el muñeco cuando se pliega dócilmente para que lo devuelva a la caja.
Friday, 20 August 2010
La sospecha del ventrílocuo
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