Wednesday, 8 April 2009

Animales de compañía


Cuando llegué a la puerta de la clínica ya estaba allí, en bata y zapatillas, apretando con el bolso una caja de cartón contra el pecho. "Perdóname por sacarte de la cama, hija, pero es que algo tenía que hacer", me dijo. De camino, me había ido haciendo una composición de lugar a partir de los síntomas que me había susurrado por teléfono y ya tenía claro que no iba a ser un caso fácil. Entramos y la llevé a la consulta sin molestarme en encender las luces de la sala de espera. A esas horas no tenía ganas de ver los pósters de perritos sonriendo (sí, sonriendo) en los prados verdes. Dejé a mi clienta un momento a solas, mientras me ponía el pijama en el vestuario, y al volver la encontré agarrada a los bordes de la caja, que había dejado sobre la mesa de exploración.
-Carmelo, Carmelo bonito, mi tesoro, mi niño, mi rey- gimoteaba.
-Venga, mujer, sáquelo de ahí -dije, impaciente, mientras me ponía los guantes de látex.
-No, no -protestó- hágalo usted, que a mí me da miedo hacerle daño.
Desdoblé las solapas agujereadas y descubrí que, aparte de unos periódicos primorosamente doblados en el fondo, dentro de la caja no había nada. Cuando levanté la vista, me encontré con dos ojos cuajados de cataratas, desolados, mirándome fijamente.
-¿A que está muy mal? Lo sabía. ¿Se va a morir?
Apoyé las manos en la mesa y miré al suelo.
-Sí, tiene muy mala pinta -dije.
La escuché suspirar y sorberse los mocos.
-¿Entonces no hay nada que hacer?-gimió.
-Me temo que no. Lo siento. Todo lo que puedo hacer es ahorrarle sufrimiento -dije, atreviéndome por fin a mirarla.
-¿Cómo? -preguntó, con un brillo de interés febril en los ojos.
-Con una inyección de barbitúrico.
-Y la indición esa, ¿le va a doler?
- No. Se va a quedar dormido y luego dejará de respirar y se le parará el corazón.
La anciana tragó saliva y asintió con la cabeza. Una vez que los dueños dan su consentimiento ya ha pasado lo peor y una puede, con más o menos pena, ponerse manos a la obra. Saqué una jeringuilla, le coloqué la aguja y la cargué de pentotal. Luego, la dejé sobre la mesa, al lado de la caja.
-Creo que es mejor que salga, cinco minutos, hasta que haya terminado-le dije.
Sin decir nada, salió a la sala de espera y la vi sentarse en una de las butacas. Cerré la puerta y me asomé al interior de la caja.
-Qué putada, Carmelo -dije, y me quedé un rato leyendo las hojas de periódico del fondo. Eran del 27 de abril de 1984 y no sé por qué pero me pareció una fecha muy triste.
-Ya puede pasar -grité.
La anciana entró arrastrando los pies. Parecía acobardada y mucho más vieja. Se aproximó a la mesa y acarició en el aire el contorno preciso de un gato, al lado de la jeringuilla todavía cargada.
-¿Tú sabes la compañía que me hacía? No sé qué voy a hacer sin él.
Sus ojos me buscaron y me asustó la determinación de sus pupilas, afiladas como agujas. Le di la espalda y escuché, primero su respiración y mi pulso acelerado, y luego el cierre de su bolso, dos veces. Cuando me volví hacia ella, se la veía impaciente por marcharse. Dejó un gurruño de billetes sobre la mesa vacía y me dio las gracias con una voz ronca. Y se marchó, con la caja en los brazos, tan frágil y diminuta, y me entró un cansancio tremendo, de esos que no te dejan dormir. Sabía que me iba a pasar el resto de la noche fumando en la cama, escuchando en la oscuridad el ronroneo de mi gato.
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Foto: Picasso, "Dora Maar con gato" (1941)

2 comments:

  1. Hi, it's a very great blog!
    I could tell how much efforts you've taken on it.
    Keep doing!

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  2. Hola Nacho. Soy Javier Puche. Quería agradecerte tu amable comentario hacia mis cuentos de seis palabras. Así da gusto escribir. Tienes por cierto un blog encantador. Volveré más tranquilamente por aquí. Un saludo cordial

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