Monday, 11 May 2009

El voyeur


Mientras encendía el cigarrillo, Mario recordó que, la última vez, alguien había corrido a cerrar las cortinas al ver la llamita en la oscuridad. Sin dejar de mirar a la pareja desnuda en el hotel de enfrente, aplastó la colilla. A su pesar, no quería hacerse esperanzas. Siempre era igual: los huéspedes entraban en las habitaciones, se quedaban un instante confusos, como si todavía estuvieran en un andén o en el hall del aeropuerto y, de pronto, volvían en sí y se lanzaban a disfrutar de esa intimidad impune de las habitaciones alquiladas: se paseaban desnudos, comían tumbados en la cama o se miraban durante horas en el espejo. Pero todos, antes de su último acto, cerraban las cortinas. Y Mario se quedaba solo, más solo que antes. Ahora, las cortinas seguían abiertas y, en el rectángulo iluminado, la mujer, inclinada sobre el hombre, movía la cabeza arriba y abajo con la precisión de un metrónomo. Mario cerró los ojos y los volvió a abrir, impaciente. Después de un rato, vio al hombre montarse sobre la mujer y sacudir la pelvis hasta que, tras una breve descarga eléctrica, los dos se quedaron quietos. Mario contuvo el aliento. Al verlos cerrar las manos sobre la cara del otro, se mordió los labios. Era verdad: habían empezado a desenroscarse las cabezas.

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Foto: Fotograma de "Peeping Tom" (1960), dirigida por Michael Powell.

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