Wednesday, 31 March 2010

Las horas muertas


Al darse cuenta de que andaba por la oficina en pijama y zapatillas, se despertó. Desconcertado, miró a su alrededor, pero la habitación estaba en total oscuridad y no era capaz de localizar las agujas fosforescentes del reloj. Palpó la mesita hasta dar con el interruptor de la lámpara. El despertador ya no estaba allí. Se volvió hacia su mujer, que dormía plácidamente. “Me vas a matar, Marisol”, susurró. Luego, se secó el sudor de la frente con la manga del pijama, el mismo que llevaba en el sueño. Se levantó y deambuló por la casa, abriendo con desgana cajones y armarios, mirando bajo la mesa y detrás del sofá. Acababa de quedarse dormido en un sillón, cuando escuchó el pitido agudo, amplificado por un eco metálico. Lo siguió, adormilado, hasta el baño. Tuvo que arrodillarse para sacar el despertador de la lavadora. Marcaba, otra vez, las siete y media. Cuando entró en la cocina, tras dejar el reloj en el dormitorio, su mujer estaba poniendo la cafetera.

- Hazlo bien cargado, por favor –dijo, como cada mañana.

Después, desayunaron en silencio.

Thursday, 18 March 2010

Game Over


Siempre intentamos convencernos de que la vida es otra cosa. Hay quien cree que la suya es una película. Las penurias son más llevaderas si se pueden achacar a exigencias del guión, sobre todo cuando se cree en los finales felices. Para Ramírez, en cambio, la vida era un videojuego; quizás porque solía pasarse los fines de semana entregado a esta forma de entretenimiento. Lo importante, para él, era pasar de pantalla, y para lograrlo, se forjó una disciplina de arbitrariedad matemática. Según el día, su objetivo era, por ejemplo, vender diez seguros, hacer cien flexiones antes de irse a la cama, o mandar un email a al menos cinco de las mujeres con las que se había acostado. Lastrada por tan penosa (y absurda) contabilidad, su vida no era feliz, pero al menos era soportable. Hasta que una mañana, cayó desplomado, víctima de un aneurisma cerebral. No llegó a ascender en el trabajo, sus músculos no superaron un volumen medio, y en su entierro no lloró ninguna mujer desconsolada. En cierta ocasión, durante una de nuestras raras conversaciones privadas, le pregunté por qué era tan aficionado a los videojuegos. Reflexionó un instante y me contestó que porque, en ellos, el esfuerzo siempre era recompensado.

Friday, 12 March 2010

Como un gusano


Salió de la ducha mientras yo acababa de aclararme, y se sentó en cuclillas, como un pájaro, sobre la tapa del váter. Enlazó los brazos pálidos alrededor de las piernas y vi el círculo perfecto de la cicatriz cerca del codo. Era sorprendente lo mucho que había aprendido sobre su cuerpo en una sola noche. Busqué sus ojos, pero estaban perdidos en un horizonte privado. Aunque sentía curiosidad por ver cómo se había transformado el mundo, no quería salir, todavía no, de la ducha. Supe que pronto se levantaría, se vestiría y se iría a una vida de la que yo lo desconocía casi todo. Como un gusano que devora el corazón de una rosa, me mordió la idea de que no volveríamos a vernos. Todo lo que quedaría iba a ser ese momento perfecto que me había dado sin saberlo: una visión cargada de misterio que me había hecho sentir tan feliz y tan triste y tan hambriento. Me prometí que si me pedía el número de teléfono, le diría que no, pero al final acabó escribiendo el de su móvil en un trozo de papel. En la puerta, se despidió con un beso leve y bajó las escaleras sin volverse. Dos horas más tarde le envié un mensaje. Y me quedé esperando.