No dije que lo sabía. Era mejor seguir cocinando juntos, pelearnos por cualquier tontería, ir al cine los domingos. De vez en cuando, mi mujer decía salir con alguna amiga y volvía tarde, relajada y triste, y con el pelo aplastado. Yo hacía café y le contaba cualquier gansada hasta que ella posaba la mano en mi hombro y sonreía.
Una noche, la oí llorar en el baño, y durante unos días estuvo olvidadiza y con aire ausente. Luego, regresó a la normalidad. Nunca más volvió a casa oliendo a aftershave y de aquel hombre no quedó rastro. Aparte de nuestro hijo Miguel.
Uff.
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